Según parece, el Día de Todos los
Santos, que inicialmente el Cristianismo celebraba el día 13 de mayo, a partir
del siglo octavo se trasladó al día primero de noviembre con la finalidad de,
como en otros muchos casos, suplantar una fiesta pagana con gran arraigo y
origen en las tradiciones celtas que, adoptada por los romanos, coincidiría con
la “fiesta de la cosecha” o la del “fin del verano”.
Como “fiesta mayor” instituida por el papa
Gregorio IV en el siglo noveno, su vigilia en la acepción de víspera de una festividad
religiosa era susceptible de celebración. Curiosamente el nombre anglosajón con
el que actualmente se conoce, “Haloween”, significa eso exactamente; víspera del Día de
Todos los Santos.
Como siempre, las tradiciones y costumbres
se integraron en la nueva festividad asimilando el significado original a las
creencias cristianas, de ahí que este día, que en principio solo debería ser
una fiesta en honor a los Santos, también asuma esa faceta de nexo de unión entre
los vivos y los muertos, entre lo terrenal y lo espiritual o como acercamiento
a todo lo que significa el “más allá”, y como si en la noche de su víspera tuviéramos
entre nosotros los espíritus de nuestros antepasados, coincidiendo esto con
alguna creencia pre cristiana en este sentido.
En lo que se refiere a nuestro
municipio y a las tradiciones que hemos heredado de nuestros padres podríamos
destacar que la víspera del “Día de los Santos”, como de forma reducida y
coloquial lo conocemos, y más concretamente durante su velada se comían
castañas, gachas de harina con pequeños dados de pan frito (picatostes) y miel,
y de postre batatas o boniatos asados.
El tomar castañas, además de por ser
un fruto de esta época, podría tener su origen en la creencia popular de que
por cada una que se comía en esa cena se liberaba un alma del purgatorio.
También era costumbre que la
chiquillería deambulara por las calles cantando cancioncillas y con un farol
que a tal efecto los padres o abuelos les habían preparado. Este se hacía
vaciando un melón de su pulpa interior, utilizando para ello por lo general una
cuchara, y en cuya cáscara se tallaban dibujos con un cuchillo o navaja de
forma que la hendidura no calaba totalmente pero que dejaba traslucir la luz de
la lámpara de aceite con mecha en que se convertía su interior o del trozo de
vela que en épocas posteriores, por
comodidad, se introduciría en el mismo.
El hecho de utilizar un melón
posiblemente no tenga otra explicación que el tratarse de un fruto abundante en
esta época del año, más que cualquier otro susceptible de ser utilizado con
esta finalidad y también barato ya que se utilizaban melones “ayosos”, que en
definitiva eran los que no habían salido buenos para consumirlos por su textura
y especialmente por su falta de dulzor. Su pulpa en todo caso solo se utilizaría
para alimentar a animales domésticos.
Lo que si resulta curioso es que,
normalmente sin ser conscientes de su simbolismo más profundo, siempre se
dibujaran sobre el melón los mismos elementos que eran: en la parte baja una casita,
en la parte alta en lados opuestos la luna y el sol y algunas estrellas, y en un
lateral completo una escalera en vertical.
La casa simbolizaría lo mundano, lo terrenal o lo
humano. Los astros lo divino, lo celestial o lo que se consideraba la
morada de los espíritus; en definitiva el cielo en su acepción más religiosa.
La escalera la unión de ambas partes, el paso entre los vivos y los muertos, el
camino de ascenso a los cielos o la comunicación entre el cielo y la tierra,
mediante una doble vía de ascenso y descenso de los seres espirituales. De
hecho las escaleras han tenido un alto contenido simbólico en todas las
culturas y épocas, llegando a tener significado hasta el número de peldaños,
por lo que no sería de extrañar que en su origen se dibujaran siete.
Y por último otra costumbre en esta noche mágica era
el tapar los grandes orificios que tenían las cerraduras de las puertas de las
casas con gachas de las que se habían hecho para cenar. Esta labor la llevaban
a cabo los niños mientras iban por las calles lo que a veces no gustaba
demasiado a los propietarios de las mismas y menos a las señoras que después
tenían que limpiarlas, pero esto, más allá de ser una gamberrada tenía su
origen en la creencia de que esa noche estos agujeros debían estar tapados para
que no entraran los espíritus en los hogares. La luz de los faroles serviría
para alumbrarles el camino hacia los cielos.
Publicado inicialmente: 02-11-2014